Jó roga o favor de Deus por causa da brevidade e miséria da vida humana
1 O homem, nascido da mulher, é de bem poucos dias e cheio de inquietação. 2 Sai como a flor e se seca; foge também como a sombra e não permanece. 3 E sobre este tal abres os teus olhos, e a mim me fazes entrar em juízo contigo. 4 (Quem do imundo tirará o puro? Ninguém!) 5 Visto que os seus dias estão determinados, contigo está o número dos seus meses; e tu lhe puseste limites, e não passará além deles. 6 Desvia-te dele, para que tenha repouso, até que, como o jornaleiro, tenha contentamento no seu dia.
7 Porque há esperança para a árvore, que, se for cortada, ainda se renovará, e não cessarão os seus renovos. 8 Se envelhecer na terra a sua raiz, e morrer o seu tronco no pó, 9 ao cheiro das águas, brotará e dará ramos como a planta. 10 Mas, morto o homem, é consumido; sim, rendendo o homem o espírito, então, onde está? 11 Como as águas se retiram do mar, e o rio se esgota e fica seco, 12 assim o homem se deita e não se levanta; até que não haja mais céus, não acordará, nem se erguerá de seu sono. 13 Tomara que me escondesses na sepultura, e me ocultasses até que a tua ira se desviasse, e me pusesses um limite, e te lembrasses de mim! 14 Morrendo o homem, porventura, tornará a viver? Todos os dias de meu combate esperaria, até que viesse a minha mudança. 15 Chamar-me-ias, e eu te responderia; afeiçoa-te à obra de tuas mãos. 16 Mas agora contas os meus passos; não estás tu vigilante sobre o meu pecado? 17 A minha transgressão está selada num saco, e amontoas as minhas iniquidades. 18 E, na verdade, caindo a montanha, desfaz-se; e a rocha se remove do seu lugar. 19 As águas gastam as pedras; as cheias afogam o pó da terra; e tu fazes perecer a esperança do homem. 20 Tu para sempre prevaleces contra ele, e ele passa; tu, mudando o seu rosto, o despedes. 21 Os seus filhos estão em honra, sem que ele o saiba; ou ficam minguados, sem que ele o perceba; 22 mas a sua carne, nele, tem dores; e a sua alma, nele, lamenta.
1 »Todos los que nacemos de una mujer
vivimos muy poco y sufrimos demasiado.
2 Somos como las flores: al cortarlas se marchitan;
somos como sombras: efímeras y pasajeras.
3 ¿Y sobre alguien así pones los ojos?
¿Y con alguien así entras en juicio?
4 ¿Acaso la impureza puede purificarse?
¡Eso es algo que nadie puede lograr!
5 Los días del hombre ya están contados;
tú has decidido ya cuántos meses vivirá;
su vida tiene un límite que no puede traspasar.
6 ¡Deja de mirarlo! ¡Déjalo tranquilo!
¡Deja que goce de la vida antes de morir!

7 »Al árbol cortado, le quedan raíces;
y vuelve a retoñar, y no le faltan renuevos.
8 Tal vez con el paso del tiempo envejezca su raíz,
y su tronco llegue a morir en el polvo,
9 pero al sentir el agua, cobra vida,
y crece y echa nuevo follaje.
10 Pero si el hombre muere, termina su vida;
si el hombre perece, ¿a dónde va a parar?
11 ¡Se evapora, como el agua del mar!
¡Desaparece, como el agua de un río seco!
12 El hombre muere y no vuelve a levantarse;
¡mientras el cielo exista, no se levantará de su sueño!

13 »Quisiera que me escondieras en el sepulcro,
que me ocultaras mientras se aplaca tu enojo,
que te fijaras un plazo para acordarte de mí.
14 Cuando el hombre muere, ¿acaso vuelve a vivir?
Mientras tenga que cumplir mi servicio obligatorio,
esperaré con paciencia a que llegue mi relevo.
15 Cuando tú me llames, yo te responderé;
y te deleitarás en la obra de tus manos.
16 Dejarás entonces de vigilar todos mis pasos,
y dejarás también de contar todos mis pecados,
17 echarás en un saco y guardarás todas mis locuras,
y cubrirás por completo mis injusticias.

18 »El monte que se desgaja, no vuelve a levantarse;
ruedan sus peñas y cambian de lugar;
19 el ímpetu del agua desgasta las piedras,
el aluvión arrastra el polvo de la tierra,
y tú pones fin a nuestras esperanzas.
20 Nos apabullas, y desaparecemos;
nos avasallas, y entonces nos despides.
21 Si nuestros hijos llegan a triunfar, no lo sabremos;
tampoco llegaremos a saber si caen en la deshonra.
22 Solamente sabremos de nuestros sufrimientos,
y cargaremos con nuestra propia tristeza.»